Esta imagen que queda
al romperse toda la espuma
que abre su pérdida
y su borradura
como un niño confundiendo
su corazón con sus manos
(con la piedra con el nido con la llama),
esto que sacude la incandescencia
de un reflejo en los charcos
-en un pueblo en la mañana en primavera-
antes de los sólos
vestigios encarnados
de tu danza como un martillo
sobre el tiempo y la memoria.
Lo que en ello resta en la hora desolada,
antes de la aurora,
yace así en su furor incontestado.
Ese fuego que crece en las pocas fotografías
que devoran la deriva
y cruzan este precipio
para entregarte a la vida
como una profunda raíz
convertida en resplandor y bruma
en rasgadura y llaga,
estremecida y fijada
en un mismo tiempo
del corazón.